lunes, 3 de noviembre de 2014

La quinta noche. La poza.

Con la luna acunada por un loto de nubes y los grillos vibrando con un brío particular, cogidos de la mano, bajamos a la poza. Han pasado cuatro días desde la llegada al Bierzo. Y hoy es el momento exacto. Mi cuerpo tiembla. Nos desviamos siguiendo el riachuelo hasta llegar a la poza donde no se oye nada. ¿Quizá sepan que he venido a decir algo, y me permiten el turno de la palabra? Con el encendido de una vela empieza la oratoria y con el canto da por concluida. Una nana que llega más lejos de lo que la mente puede llegar a analizar. Seres del bosque quedan en paz. Y nosotros, en cambio, eufóricos. Pasados los días lo recuerdo y lo siento. Momento eterno, sin principio ni fin.

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